Mati Mena Moreno
Hna Terciaria Capuchina
El verano 2020 en el alivio de los meses anteriores tan fuerte por la
pandemia COVID-19, fui unos días de retiro a la hospedería de las Monjas
Trinitarias en el Monasterio de Suesa, que se encuentra en Cantabria en un
entorno de plena naturaleza verde y silencio, que ayudaba a la reflexión y
oración.
Este tiempo de pandemia nos va obligando a resituar muchas cosas y
también a pensar en todo aquello que solemos dejar “para más adelante” y en
esta línea había una palabra que resonaba hace tiempo en mí y la pude retomar
estos días de silencio, oración, reflexión… La palabra es SORORIDAD, en línea
de fraternidad.
El concepto de fraternidad-sororidad aparece
ya en los filósofos clásicos quienes la definen como la amistad entre hermanos
como hacer al otro lo que quiero que me hagan a mí. Siglos más tarde, santo
Tomás afirma que “el otro” es distinto de mí, por lo que debo ofrecerle lo mío
y hermanarme con él.
Desde otras perspectivas se sostiene que
lo personal debe enmarcarse en lo colectivo. El objetivo es pasar de la
solución a un problema, a la solución de problemas sociales; por tanto la
pluralidad social exige pactar con las mujeres y potenciar su influjo en el
mundo.
Leyendo al papa
Francisco en su reciente encíclica Fraterni Tutti nn106-107, nos habla del amor
universal que promueve a las personas. Es esencial para caminar hacia la
amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano,
cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. Todo ser humano
tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese
derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente,
aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su
inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las
circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no
queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de
la humanidad.
Desde la Palabra
también señalar como Cristo nos ha constituido pueblo, hermanas y
hermanos entre nosotros. Jesús nos lo dice: “vosotros sois todos hermanos”, (Mt
23,8). Estamos llamadas –en femenino– a expresar la alegría de caminar juntas,
como hermanas entre hermanas y hermanos: ofrecer el amor de Dios al mundo y el
mundo a Dios. La vida religiosa está llamada a acercarse al otro, amarlo,
comprenderlo y aliviar su sufrimiento; a ser lugar de la experiencia de Dios,
testigo en el mundo de hoy. La alegría emana del encuentro y la comunión; no es
suficiente señalar el camino, hay que andar el camino con el otro y, guiada por
el Espíritu, ser semilla de esperanza.
En la vida religiosa femenina estamos
llamadas a manifestar su ‘originalidad’ a través de sus palabras y gestos, su
ternura, sencillez, delicadeza, cuidado, atención, amabilidad, cercanía. En el
corazón de la mujer la pasión de amor se expresa también en las lágrimas de
dolor por la injusticia, violencia y sufrimiento.
El amor de Dios no se agota; recordemos el milagro de la
multiplicación de los panes y peces. Nuestro compromiso tiene que ser “poner
mis panes y mis peces”, el Señor hará el resto. Estamos llamadas a ser
hermanas, es un misterio de quien vive fascinada por Cristo. Ser hermanas es la
fecundidad del amor sin medida que crea vínculos, nos hace cómplices y
convierte la comunidad en provocación: ¡compartir dones, vida, oración, por
amor al mundo! En salida pero juntas y juntos, en comunidad, con otras hermanas
y hermanos, con otros institutos, con laicos… somos vida religiosa en comunión
sororal y el mundo es nuestra casa; con raíces profundas que nos dan identidad.
Urge dejarse encontrar, hacerse visible, no ser protagonistas ni distinguirse,
ni ser héroes ni tan solo mártires, pero Jesús nos dijo: “por sus frutos los
reconoceréis”, (Mt 7,20). Hacerse presente, ponerse a disposición del otro, y
dejarse implicar por las miserias humanas; ser sensibles y sencillas, llorar
con y por el mundo es convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de
carme, humilde y humano. Solo nuestra humanidad nos acerca a la humanidad;
Jesús de Nazaret se hizo hombre; la humanidad le costó la muerte en cruz.
Seguir a Jesús es seguir a un hombre; Él no lo tuvo fácil, pero es posible; del
Espíritu del Señor nos viene la fuerza.
El sueño de la vida religiosa es un universo sororal. Su misión
se ubica allí donde Cristo sigue crucificado en las hermanas y hermanos que
sufren. Hoy la vida religiosa apostólica femenina es portadora de buena
noticia. Se empiezan a ver los frutos del Espíritu: la esperanza y la alegría
se percibe en el modo de estar en el mundo y crear comunión.
La vida religiosa cree en el Dios de la Alianza con la
familia humana, forma parte de la humanidad y ama a sus hermanos. El papa
Francisco nos llama a ‘rescatar’ lo mejor de la humanidad: “Dios creó la
humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas
sufre, todos estamos afectados”. La misión es de Dios que sigue llamándonos y
que obra muy discretamente a través nuestro: dejemos a Dios ser Dios. Un Dios Trinidad que es relación, encuentro. Estamos hechas a su imagen,
por ello es bueno afianzar las relaciones que nos hacen crecer, madurar y
mejoran en barricas. Y también es bueno despojarse de aquellas que nos aplastan,
nos empequeñecen, nos manipulan, condicionan y engañan, ocultándonos, tras
espejismos de caramelo la puerta bella del Reino.
La mirada serena, a los ojos de la otra transmite la bendición, la
complicidad, la trasparencia de reconocerse criatura, hija y hermana, y crea
sororidad, fraternidad.
Las Hermanas Terciarias Capuchinas, congregadas por el Espíritu en una
comunidad fraterna de fe , esperanza y amor tenemos el reto de formar una
verdadera familia de hermanas desde la vocación común que nos une y un mismo
compromiso : crecer en el amor de Dios, cumplir su voluntad, trabajando, de
acuerdo con el Carisma-Misión que hemos recibido implantando su Reino desde las
diferentes culturas y esforzándonos siempre en hacer realidad las Palabras de
nuestro Fundador: Debéis procurar haya
entre vosotras una íntima unión, pues en ella está el secreto de la
fuerza….Debéis ser apoyo y sostén unas de otras, sufriéndoos y disimulando
mutuamente los naturales defectos.
Bibliografía
Francisco, Discurso en el Campo de refugiados de Moria,
Lesbos 16 abril 2016
Bocos Merino, Aquilino, Una fecunda y ordenada comunión
eclesial, en Vida Religiosa, 90 (2001) p. 298.
Martínez Díez, Felicísimo, ¿Adónde va la vida religiosa?, (=
Sígueme, 20), San Pablo, Madrid 2008, p. 98.
Hermanas en comunión sororal en y para el mundo en el siglo
XXI, en Vida Religiosa, 22 enero 2020.
Exhort. Apostólica. Evangelii gaudium
(24 noviembre 2013), 190
Carta encíclica. Laudato si’ (24 mayo
2015), 129
Carta encíclica. Fratelli Tutti (4
octubre 2020) ,106
Obras Completas Luís Amigo n 1833
Constituciones Hermanas Terciarias
Capuchinas(2013) nn 28,32