San Francisco de Asís

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Francisco de Asís y rasgos de su espiritualidad

Como familia religiosa perteneciente a la Familia franciscana y por añadidura capuchina, Francisco de Asís (1181-1226) es el inspirador de nuestra forma de vida. Este hombre que, en plena Edad Media, hizo del Evangelio su única regla de vida, lanzó al mundo un mensaje nuevo que sigue teniendo eco en cada época histórica.

Francisco, tenía delante de sí un futuro que muchos hubieran deseado tener pero, fascinado por Cristo y su Evangelio, decidió caminar a contracorriente: mientras todos soñaban con subir la pirámide social y llegar a ser “mayores”, él optó por compartir la vida de los “menores” de la sociedad de su tiempo y crear con ellos fraternidad; mientras muchos de sus amigos se esforzaban por enriquecerse, él se desposó con “Dama Pobreza” teniendo como ejemplo a “Cristo y su Madre pobrecilla” y, mientras a su alrededor soplaban vientos de guerra, él deseaba a todos paz y bien. Despojado de todo por amor de Cristo, se revistió de la riqueza de la fe, de la confianza en la Providencia, de humildad y simplicidad; se sentía hermano de todas las criaturas y esto lo llevó a vivir la perfecta alegría del Evangelio. Su comunión con el Señor hizo de Francisco un hombre contemplativo, capaz de mirar al mundo con los ojos de Dios y acercarse a los hermanos con actitud de misericordia.

Estos rasgos de la vida y experiencia espiritual de Francisco de Asís, que caracterizaron también la de Clara, rostro femenino del franciscanismo, fundamentan nuestra vida de mujeres consagradas que tienen a Dios como su único bien (Const. 2).

FRANCISCO Y LUIS AMIGÓ:

Son fuente de autenticidad evangélica, escuela de fraternidad, testigos de la misericordia del Padre con los alejados, dos vidas que desde la sencillez y la pobreza, la mansedumbre, el servicio y el sentido providencial nos hablan de la grandeza de Dios.

El P. Luis Amigó recordaba con frecuencia a sus dos fundaciones su pertenencia a la gran familia franciscana. Él, unido estrechamente al testimonio de San Francisco de Asís, quiso que sus nuevas fundaciones, que centraban «lo franciscano» en la infancia y juventud desviada del camino de la verdad y del bien, tuvieran en la raíz de su espiritualidad el seguimiento de Cristo al estilo de Francisco.

Las Terciarias Capuchinas pertenecemos a la Tercera Orden Regular. San Francisco preparó la Primera Orden: los Franciscanos (OFM), los Conventuales (OFM.Conv) y los Capuchinos (OFM.Cap). Después, la Segunda Orden, con el apoyo de Santa Clara de Asís: las Clarisas y Capuchinas (de vida contemplativa). Por último, fundó la Tercera Orden Seglar, para los seguidores laicos de San Francisco.

Con el tiempo, nació de la tercera regla la Tercera Orden Regular. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, surgieron más familias franciscanas que la Santa Sede incorporó a la Tercera Regla para los Consagrados. Las Terciarias y Terciarios, con su aprobación pontificia en 1902, fueron incorporados a esta tercera regla de vida. De ahí el nombre oficial de las Congregaciones: Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores (T.C.) y Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia (H.T.C.)

Breve biografía de San Francisco de Asís

Nacido en 1182 en Asís, era hijo de Pedro Bernardone y de Mona Pica. Hasta los 24 años llevó una vida muy disipada, pero un día cayó enfermo y decidió cambiar, aunque pronto lo olvidó. Por designios eternos, a San Francisco le cupo la dicha de iniciar la reforma de la Iglesia. Entró un día en la Iglesia de San Damián y oyó la voz de Cristo, a través de un crucifijo, diciéndole: «Francisco, repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina». El creía que se trataba de aquella Iglesia material y casi derruida y él se dispuso de inmediato a la tarea. Pero no era esa tarea la que Dios le encomendaba, sino otra mejor pero más difícil y de gran trascendencia: reparar la Iglesia Espiritual de Cristo que, en aquel tiempo, amenazaba ruina. ¿Cómo lo hizo? Con humildad y oración. A partir de aquel entonces Francisco ya no sería el mismo.

Su padre, al ver su cambio, lo recoge y lo encierra en casa. Francisco tira por la ventana los paños de su padre, que lo arrastra ante el Obispo para castigarle. Y Francisco dice: «En adelante sólo diré, ‘Padre Nuestro que estás en los Cielos’, no ‘padre Bernardone’, pues le devuelvo dinero y vestidos». Y se marchó.

Su vocación surgió en la fiesta de San Matías. Al oír en el Evangelio que los servidores de Cristo no debían poseer oro ni plata, ni alforja, ni calzado ni dos túnicas, exclamó: «Esto es lo que yo buscaba y lo que quiero cumplir». Y se decidió a seguir en todo y al pie de la letra el Evangelio y los pasos de Nuestro Señor. Le siguieron discípulos y una noble doncella, Clara.

Este fue el mensaje de Francisco: reproducir en todo la vida de Jesús, vivir su pobreza, imitar sus pasos y doctrinas. «El mismo Dios me reveló, -dice su Testamento- que debía vivir según la norma del santo Evangelio». Según las «Florecillas», Cristo quiso renovar su Vida y Pasión en Francisco. El eligió doce compañeros como Jesús y, al morir, mandó traer unos panes, los bendijo y los repartió.

En Greccio comenzó la devoción del «Pesebre». En 1224, un ángel seráfico le imprimió con indescriptible hermosura las cinco llagas de las manos, los pies y el costado de Cristo, viviendo en sus últimos años una vida realmente crucificada. Tuvo un gran amor a la Virgen, amor que extendió a todos los hombres. Mimaba a los enfermos y besaba a los leprosos. Ampliaba también el amor a los animales y les hablaba con cariño. Vivía y recomendaba la oración prolongada, la obediencia, la hospitalidad, la alegría -¡la perfecta alegría!- y la humildad, hasta el punto de no querer pasar de diácono. Era enemigo de discutir y le rogaba a Dios: «¡Señor, hazme instrumento de tu paz!» Amaba sobre todo la santísima pobreza, la Dama Pobreza, tanto que pidió al Papa en Roma les concediera ese género de vida.

Casi ciego ya por la mucha penitencia y el continuo llorar, vio que le llegaba la muerte. «Sea bienvenida mi hermana la muerte», exclamó. Murió en la Porciúncula, el 4 de octubre de 1226, a los 44 años de edad. Fue canonizado dos años después en Asís por el Papa Gregorio IX. Dos años más tarde fueron trasladados sus restos a su Basílica, tan hermosamente decorada por los frescos de Giotto.

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