PALABRA DE VIDA

DICIEMBRE 2020

HNA. ESTELA ALDAVE (T.C)

¡Velad! (Mc 13,37)

Como cada año, también éste comenzamos el adviento escuchando un imperativo de los labios de Jesús: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc 13,37)

El verbo que traducimos como “velar” (en griego, grēgoréo) indica un acto voluntario de estar despierto a causa de una necesidad. Es decir, ocurre cuando estamos ante una situación que exige que estemos alerta y prestamos atención con los cinco sentidos a todo lo que ocurre. Velar exige una actitud de cautela y cuidado ante los acontecimientos; es lo contrario a la indiferencia, la pasividad, la superficialidad y la precipitación.

En el evangelio de Marcos el verbo se usa seis veces, concentradas en dos episodios. Al primero pertenece el versículo que hemos citado arriba (Mc 13,34-37). Se trata de un discurso previo al Relato de la Pasión, en el que se pone en boca de Jesús lo que fue una experiencia posterior. Trata de espolear a los discípulos para que no se duerman y, velando, sean capaces de reconocer la venida del señor de la casa, es decir, de Jesús Resucitado. El segundo episodio es la oración en Getsemaní (Mc 14,34-38). Jesús es consciente de la gravedad del momento pero los discípulos no están a la altura; no captan lo que Jesús necesita, se quedan dormidos. Les anima, aunque con poco éxito, a que velen como antídoto a la tendencia humana de seguir el camino más fácil.

La invitación a velar es una buena cosa al comenzar el adviento; más quizá, incluso, en nuestras circunstancias actuales de pandemia, que exigen más de cada uno, que nos han puesto delante con crudeza nuestra vulnerabilidad e interdependencia, la fragilidad de nuestros sistemas de cobertura social y sanitaria, la precariedad económica…. El que vela está atento a lo que pasa por fuera y a lo que pasa por dentro, mira y escucha, se mira y se escucha. Y actúa. ¡Feliz adviento!

PALABRA DE VIDA

NOVIEMBRE 2020

Hna, Estela Aldve TC

El día 2 de noviembre celebramos el día de los difuntos, fecha en la que todavía  sigue siendo costumbre entre nosotros ir a los cementerios.

El duelo es un ritual de fortísimas raíces antropológicas, presente en las sociedades y culturas de todos los tiempos y latitudes, y que en buena medida responde a las necesidades de los vivos: los vivos que tienen que afrontar sus propios miedos y un futuro no fácil con ausencias.

Al contrario de lo que sucedía en el mundo de Jesús y del cristianismo primitivo, nuestra sociedad occidental intenta ocultar o maquillar el hecho de la muerte; pero ésta, lógicamente, sigue ahí. Más ahora, en estos meses de pandemia, en los que todos, de repente, nos sentimos enormemente amenazados, temerosos, desorientados. Los evangelios nos presentan con bastante frecuencia y claridad realidades de enfermedad y muerte. Relatan varios episodios en los que Jesús se encuentra ante una familia o grupo en duelo: así la viuda de Naím que ha perdido a su hijo (Lc 7,12-16), Jairo a su hija (Mc 5,22-24.35-43) o Marta y María de Betania a su hermano Lázaro (Jn 11,1-44). No podemos tampoco olvidar la desolación y el duelo de discípulos y discípulas de Jesús cuando él mismo muere en la cruz.

Los textos son enormemente ricos en detalles y todos han sido escritos después de la Pascua, tras la experiencia de la resurrección. Voy a resaltar algunos de esos detalles a partir del relato de la viuda de Naim. La madre reconoce la muerte de su hijo y hace duelo por él, y no lo hace sola, sino acompañada. Esta madre llora. Jesús está atento a lo que tiene alrededor, la ve, deja que se le muevan las tripas (traducción del verbo griego splagnítzomai), y le dice “no llores”: el tiempo del llanto ya ha llegado a su fin. Las lágrimas son necesarias pero no son para siempre. Jesús invita a seguir adelante. Jesús invita a confiar en que la muerte no tiene la última palabra. El hijo seguirá unido a su madre (“se lo entregó”), aunque de otro modo.

PALABRA DE VIDA

Hna Estela Aldave TC

Muchacha, a ti te digo, levántate (Mc 5,41)

Una de las características propias del evangelio de Marcos es su gusto por describir los encuentros de Jesús con la gente con muchísimos detalles; el resultado: relatos muy vivos en los que fácilmente se percibe la gran cercanía física de Jesús. Una escena muy expresiva es aquella en la que resucita a la hija, anónima, de un jefe de la sinagoga llamado Jairo. Es un relato largo (Mc 5,21-24.35-43), interrumpido por la irrupción en escena de una mujer aquejada de una enfermedad (Mc 5,25-34). Pero ahora nos interesa solo la primera: la hija de Jairo.

Hay un detalle en la historia muy importante, y es la manera en la que unos y otros se refieren a la “hija”: su padre dice que es su hijita pequeña (5,23), los que le avisan de su muerte la llaman “hija” (5,35); Jesús, al principio, habla de ella como niña (5,39) pero después de verla personalmente, y ante su padre y su madre (quien aparece en escena aquí), la llama “muchacha” (5,41). En el culmen de la historia, cuando rescata a la recién fallecida de la muerte, Jesús pronuncia unas palabras en arameo, con gran fuerza expresiva y transformadora: “Talitá kum, muchacha, levántate”. El relato desvela aquí el misterio al final. La supuesta hijita pequeña tiene en realidad doce años. Es Jesús quien reconoce que la anterior niña (a quien sus padres la mantenían ahí, en la niñez) ya está dando sus primeros pasos hacia la madurez.

La escena tiene una enorme actualidad y nos puede dar luz en el comienzo de un nuevo curso. Jesús es quien levanta y reconoce la mayoría de edad que otros niegan. ¿Qué estructuras, qué actitudes personales, qué instituciones, muchas veces de manera solapada, siguen manteniendo (o queriendo mantener) en la infancia a otros, quizá de manera especial (como en el texto evangélico) a las mujeres? ¿A qué fines sirve todo ello? ¿Qué podemos hacer para suscitar un cambio?

PALABRA DE VIDA

Hna. Estela Aldave TC

Entre fuertes vientos y calma (Mc 6,45-52)

Excepto Lucas, los otros tres evangelios narran, aunque con algunas diferencias entre sí, un episodio en el que los discípulos, que se encuentran en el lago de Galilea, se ven obligados a encarar un fuerte viento. La escena tiene las características propias de las teofanías: es una manifestación de Dios. Es un relato escrito después de la muerte de Jesús que refleja las situaciones históricas y la fe en el Resucitado de las comunidades posteriores. Vamos a prestar atención a la versión de Marcos (Mc 6,45-52). 
El evangelista presenta una realidad dura, difícil e incluso incomprensible. Jesús manda un poco a la fuerza a sus discípulos a subir a una barca, pero no va con ellos; les deja navegar solos. La noche les sorprende en medio del lago, lejos de la seguridad de la orilla, que es precisamente donde está Jesús. Y no solo la noche; también tienen que encarar un viento contrario muy fuerte, que les obliga a fatigarse enormemente. El verbo griego que está detrás expresa una especie de tortura o tormento. Por su parte, Jesús les mira desde tierra firme. No les pierde de vista, pero tampoco les libra de las dificultades a la primera. 
Marcos ha construido cuidadosamente esta escena jugando con la repetición de la acción de ver y del motivo de la barca. La barca es en los evangelios símbolo del grupo de seguidores de Jesús; un grupo que quiere vivir la Buena Noticia en las circunstancias que le tocan y que, lógicamente, tiene que enfrentarse a dificultades, a fuertes vientos. El verbo “ver” tiene por sujeto a Jesús, que “ve” la fatiga de los suyos (6,48), y también tiene por sujeto a los discípulos, quienes al final “ven” a Jesús acercándose a ellos (6,49). Es entonces cuando llega la calma. A quien cree en Jesús y le sigue no se le promete una vida fácil; sí se le promete que su presencia (¡tenemos que aprender a abrir los ojos para descubrirla) será fuente de coraje y confianza.

28 Aniversario de la declaración de la venerabilidad de Nuestro Padre Fundador Luis Amigó



El corazón del Padre Fundador “ardía en Caridad hacia Dios y hacia el prójimo, como lo reflejan sus escritos, lo aseguran unánimes los testigos y lo confirman sus obras apostólicas.  El mismo escribió: “No es posible amar a Dios sin amar también por Él al hombre, su obra predilecta; ni amar a éste con verdadero amor de caridad, si se prescinde del amor a Dios.  Ambos amores son como flores de un mismo tallo”.                                                              
 (Decreto de la Venerabilidad) 
CELEBRACIÓN ENVIADA POR EL EQUIPO DEL M.L.A. CONGREGACIONAL

PENTECOSTÉS – 2020

La comunidad de Segorbe, desea a todas las hermanas de la provincia una ¡Feliz Pascua de Pentecostés! Que el DON de la LUZ del ESPÍRITU nos acompañe siempre, de la salud a nuestras hermanas enfermas y premie con la Vida Eterna a los fallecidos por el Covid-19.

¡Ven, Espíritu Divino!

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. ¡Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo