Mucho se ha hablado y se habla del coronavirus; sabemos de contagios y de muertes en España y en el mundo. Poco a poco vamos escuchando también de esta otra pandemia, que se está viendo aumentada, casi al mismo ritmo, y que es la soledad
Sullivan define la soledad como una vivencia displacentera vinculada a una escasez de intimidad interpersonal. En esta misma línea Young la concibe como una ausencia real o percibida de vínculos satisfactorios acompañada, a menudo, de síntomas de estrés.
Vivek H. Murthy apunta que en el fondo de nuestra soledad se encuentra el deseo innato de relacionarnos con otros porque el ser humano es una criatura social. Hemos evolucionado para participar en una comunidad, para forjar lazos duraderos con los demás, para ayudarnos mutuamente y para compartir experiencias vitales.
Como hemos dicho, el problema de la soledad ha sido agravado por la Covid 19. La necesidad de mantener una distancia física con las otras personas para evitar los contagios se ha traducido en un abandono de las relaciones sociales. El otro, tan necesario para nuestro desarrollo personal, es hoy, en muchos casos y ambientes, objeto de desconfianza y recelo; su presencia no nos descansa sino que nos mantiene en tensión. Se nos va haciendo necesario y exigimos conocer su origen, sus movimientos, los entornos en los que se mueve. Ha crecido el sentimiento de amenaza porque, de alguna manera, es un riesgo para nuestra propia supervivencia; todos nos van resultando más extraños, incluso los miembros de la propia familia.
Como cristianos somos llamados a llevar esperanza a estas realidades de miedo, de incertidumbre, de oscuridad y… ¿a quién agarrarnos para dejar que salga de nosotros el sueño que Dios tiene para cada uno?. Porque también en esta realidad está Dios, también en estos hombres y mujeres que se sienten solos, marginados y “peligrosos” el Señor se está manifestando y nos es llamada. ¿Cuál es mi respuesta, tu respuesta? ¿Qué quiero de mi vida y para la vida y que quieres tú?.