En 1945 cuando terminó la Segunda Guerra Mundial los gobernantes de los países que habían luchado, pensaron que nunca más debían volver a hacerlo. Debían hablar discutir y encontrar soluciones a los problemas de forma pacífica, sin luchas ni guerras por eso decidieron agruparse en una organización la Organización de las Naciones Unidas.
El 10 de diciembre de 1948 representantes de todos los países de la ONU se reunieron en una asamblea y se pusieron de acuerdo en que todas las personas tenemos unos derechos que nadie puede quitarnos, se publicó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La Declaración Universal promete a todas las personas derechos económicos, sociales, políticos, culturales y cívicos que sustenten una vida sin miseria y sin temor.
No son una recompensa por el buen comportamiento, no son específicos de un país concreto, ni exclusivos de una determinada era o grupo social, son los derechos inalienables de toda persona en todo momento y en todo lugar.
Me gustaría recordar el importante papel de Eleanor Roosevelt, una mujer que desde su inquietud por la paz promovió y trabajó para que esta declaración fuese una realidad.
Una vez más, una mujer se empeña en hacer que la realidad se llene de vida, se cuide la vida. Esta declaración es un rayo de esperanza
La declaración universal de los derechos humanos tiene 30 artículos.
El artículo número 1 dice: ”Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”
El número 25 nos dice: “Todas las personas tienen derecho a vivir dignamente. Vivir dignamente significa, poder comer cada día, tener ropa, tener casa, poder ir a la escuela y al médico si estamos enfermos.”
De esto han pasado 75 años. Y comprobamos una y otra vez que esta Declaración Universal no pone fin a los abusos contra los derechos humanos. Por eso tenemos que seguir pidiendo, que se hagan realidad, porque son una buena base para un mundo más justo.
Desde nuestra vivencia como creyentes, la declaración universal de los derechos humanos, se nos queda corta.
El Evangelio en Mateo 7,12, nos dice: “Todo cuanto queráis que os haganlos seres humanos hacédselo también vosotros a ellos porque esta es la ley y los profetas.”
Francisco,en la primera regla 11,5-7 nos dice:”Ámense mutuamente como dice el señor, este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado,(Jn 15,12) y muestren con obras(St 2,18), el amor que se tiene mutuamente, como dice el apóstol:” no amemos de palabra y de boca sino de obra y verdad(1 Jn 3,18).”
El padre Luis nos dice en sus escritos en el número 1063: ”… es necesario que nuestra caridad para con el prójimo se dé a conocer también con las obras: procurándoles consuelo en sus aflicciones, remedio en sus enfermedades y socorro en su indigencia.¿No es esto lo que nosotros deseamos y buscamos con tanto interés para nosotros mismos?. Si nuestro espíritu se halla abatido y afligido por alguna tribulación, ¿con qué solicitud no acudimos a buscar el consuelo de algún amigo desahogando con él nuestro corazón? Si nos sentimos enfermos, queremos que los demás nos auxilien y apliquen con presteza y diligencia los remedios necesarios para nuestra curación, y en nuestras penurias y necesidades, ¡cuán bien sabemos exponerlas para mover a los prójimos a compasión y encontrar en ellos el socorro! Pues bien: tengamos esta misma solicitud para con nuestros hermanos, a quienes debemos amar no solo de palabra, sino también y principalmente con las obras.”
Apoyemos pues como mujeres creyentes inspirándonos en Eleanor Roosevelt con obras esta declaración, que impulsa y dirige la actuación de los gobernantes hacia la fraternidad de las personas, la mejor garantía para alcanzar la justicia y la paz.
Josefina Fernández
Equipo JPIC Provincia Nazaret