Hna Estela Aldave TC
Muchacha, a ti te digo, levántate (Mc 5,41)
Una de las características propias del evangelio de Marcos es su gusto por describir los encuentros de Jesús con la gente con muchísimos detalles; el resultado: relatos muy vivos en los que fácilmente se percibe la gran cercanía física de Jesús. Una escena muy expresiva es aquella en la que resucita a la hija, anónima, de un jefe de la sinagoga llamado Jairo. Es un relato largo (Mc 5,21-24.35-43), interrumpido por la irrupción en escena de una mujer aquejada de una enfermedad (Mc 5,25-34). Pero ahora nos interesa solo la primera: la hija de Jairo.
Hay un detalle en la historia muy importante, y es la manera en la que unos y otros se refieren a la “hija”: su padre dice que es su hijita pequeña (5,23), los que le avisan de su muerte la llaman “hija” (5,35); Jesús, al principio, habla de ella como niña (5,39) pero después de verla personalmente, y ante su padre y su madre (quien aparece en escena aquí), la llama “muchacha” (5,41). En el culmen de la historia, cuando rescata a la recién fallecida de la muerte, Jesús pronuncia unas palabras en arameo, con gran fuerza expresiva y transformadora: “Talitá kum, muchacha, levántate”. El relato desvela aquí el misterio al final. La supuesta hijita pequeña tiene en realidad doce años. Es Jesús quien reconoce que la anterior niña (a quien sus padres la mantenían ahí, en la niñez) ya está dando sus primeros pasos hacia la madurez.
La escena tiene una enorme actualidad y nos puede dar luz en el comienzo de un nuevo curso. Jesús es quien levanta y reconoce la mayoría de edad que otros niegan. ¿Qué estructuras, qué actitudes personales, qué instituciones, muchas veces de manera solapada, siguen manteniendo (o queriendo mantener) en la infancia a otros, quizá de manera especial (como en el texto evangélico) a las mujeres? ¿A qué fines sirve todo ello? ¿Qué podemos hacer para suscitar un cambio?