Hna. Estela Aldave TC
Entre fuertes vientos y calma (Mc 6,45-52)
Excepto Lucas, los otros tres evangelios narran, aunque con algunas diferencias entre sí, un episodio en el que los discípulos, que se encuentran en el lago de Galilea, se ven obligados a encarar un fuerte viento. La escena tiene las características propias de las teofanías: es una manifestación de Dios. Es un relato escrito después de la muerte de Jesús que refleja las situaciones históricas y la fe en el Resucitado de las comunidades posteriores. Vamos a prestar atención a la versión de Marcos (Mc 6,45-52).
El evangelista presenta una realidad dura, difícil e incluso incomprensible. Jesús manda un poco a la fuerza a sus discípulos a subir a una barca, pero no va con ellos; les deja navegar solos. La noche les sorprende en medio del lago, lejos de la seguridad de la orilla, que es precisamente donde está Jesús. Y no solo la noche; también tienen que encarar un viento contrario muy fuerte, que les obliga a fatigarse enormemente. El verbo griego que está detrás expresa una especie de tortura o tormento. Por su parte, Jesús les mira desde tierra firme. No les pierde de vista, pero tampoco les libra de las dificultades a la primera.
Marcos ha construido cuidadosamente esta escena jugando con la repetición de la acción de ver y del motivo de la barca. La barca es en los evangelios símbolo del grupo de seguidores de Jesús; un grupo que quiere vivir la Buena Noticia en las circunstancias que le tocan y que, lógicamente, tiene que enfrentarse a dificultades, a fuertes vientos. El verbo “ver” tiene por sujeto a Jesús, que “ve” la fatiga de los suyos (6,48), y también tiene por sujeto a los discípulos, quienes al final “ven” a Jesús acercándose a ellos (6,49). Es entonces cuando llega la calma. A quien cree en Jesús y le sigue no se le promete una vida fácil; sí se le promete que su presencia (¡tenemos que aprender a abrir los ojos para descubrirla) será fuente de coraje y confianza.