PALABRA DE VIDA

Hna Estela Aldave TC

¡Un cielo desgarrado! (Mc 1,9-11)

Como cada año, con el adviento comenzamos un nuevo ciclo litúrgico, que marca el evangelio que leeremos en las eucaristías de los domingos. En esta ocasión, es el ciclo B, dedicado a Marcos.

El evangelio de Marcos es el más antiguo de los cuatro que forman parte de nuestro Nuevo Testamento. Se compuso posiblemente en torno al año 70 d.C., no sabemos muy bien dónde: quizá en alguna localidad siro-palestina en un primer momento, para ser retocado finalmente en Roma. Hoy tenemos mucho aprecio a este evangelio. Sin embargo, fue desde antiguo, y hasta hace bien poco, una obra un tanto marginada. Parece que no tuvo una gran difusión en la antigüedad (a diferencia, por ejemplo, del evangelio de Juan) y le fue añadido enseguida un final (16,9-20) que lo hiciera más parecido al resto. Marcos podía resultar escandaloso por muchas razones. Pero son precisamente estas características que hacen de Marcos una obra incómoda las más valiosas. Iremos desgranando algunas de ellas en esta sección.

Marcos no tiene relatos de la infancia. Para él, más que un nacimiento prodigioso, el acontecimiento central que marca un antes y un después en la vocación y misión de Jesús es su bautismo. Su relato es muy breve pero enormemente denso. Jesús se une al movimiento de Juan Bautista, se pone a la cola de los pecadores para recibir un bautismo de conversión (1,4) y, cuando el toca el turno, Dios irrumpe con contundencia en la historia. Los cielos se rasgan, desciende el Espíritu y una voz declara que Jesús es el hijo amado de Dios. Solo Marcos se atreve a decir que los cielos han quedado rasgados. Parece que tiene gusto por este verbo (volverá a usarlo en 15,38) que expresa que estamos ante algo irreversible. Lo que se ha rasgado no hay manera de volverlo a unir; ni se cose ni se pega bien, siempre quedará algún agujerito por donde se puede colar el aire, la luz… La barrera que separaba el mundo de Dios y nuestro mundo, nos dice Marcos, se ha quebrado para siempre. El Dios descubierto por Jesús y enseñado por Jesús es un Dios que está entre nosotros, en nuestra historia, con todos sus límites y vulnerabilidades.

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